La Fia-faia es la fiesta que abre las celebraciones navideñas en las poblaciones bergadanas de Bagà y Sant Julià de Cerdanyola. A pesar de que hoy en día y desde hace siglos está integrada en las celebraciones navideñas cristianas, su origen es muy anterior a la cristianización de estas tierras; es una fiesta pagana, un ritual de celebración del solsticio de invierno para rogar al sol que vuelva a largar los días.

Este 2020 se cumplen 10 años de la declaración de la Fia-faia de Bagà y Sant Julià de Cerdanyola como Fiesta Tradicional de Interés Nacional. Además, el pasado 1 de diciembre hizo 5 años que, junto con las fiestas de fuego de los solsticios de otros 61 pueblos del Pirineo (francés, catalán, aragonés y andorrano), fue declarada Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad por la UNESCO.

A pesar de la candidatura conjunta, la Fia-faia es diferente de las otras fiestas. Actualmente, no se conserva ninguna quema de faies (entendidas como antorchas) por el solsticio de invierno, todas se celebran alrededor del solsticio de verano. Es cierto que siguen existiendo algunas hogueras de Navidad, pero, si alguna vez estuvieron acompañadas de antorchas, éstas se han perdido. Así pues, si ya las fiestas de fuego de los solsticios de los Pirineos son lo bastante especiales para ser declaradas Patrimonio de la Humanidad, la Fia-faia es única entre únicas.

Vale, muy bien, y ¿de qué va todo esto de la Fia-faia? A grandes rasgos, se trata de una bajada de antorchas (las faies, un antiguo sinónimo de «falla») y, luego, de una quema de faies con hogueras en el centro del pueblo. Es todo un ritual, des de la elaboración de las faies hasta la danza y la comida final de la fiesta, envuelto en el cántico tradicional «Fia-faia, que nostro senyor ha nascut a la paia«. Vamos paso a paso.

Preliminares

Las faies se confeccionan con haces de hierba faiera –una planta en particular– seca. La fecha tradicional de inicio de la recogida de la hierba es por San Martín, a  principios de noviembre. Por lo general, miden entre un metro y medio y tres metros de largo y entre uno y dos palmos de diámetro. Hay ligeras diferencias entre las antorchas de Bagá y las de Sant Juliá de Cerdanyola; la diferencia principal reside en el palo interior, llamado ànima (alma, en catalán): las antorchas baganesas nunca lo llevan, mientras que es imprescindible en las cerdanyolenses.

Una vez hechas, deben dejarse secar, esperando el día de la fiesta.

Reunión de falleros, subida a las colinas y encendido del fuego

El 24 de diciembre, las faies se suben a una colina cercana (el Siti en Bagà y el Clos en Sant Julià) para encenderlas. En Bagà, sobre las 5 de la tarde, un toque de cuerno convoca a los falleros a la plaza y, a las 5 y media, se empieza a subir al Siti. En Cerdanyola, la subida se hace de forma continua, sin reunión previa, y el cuerno se toca des del mismo sitio de encendido.

A las 6 en punto, los falleros bajadores de ambos pueblos intercambian cohetes para iniciar el ritual. Primero, se enciende la hoguera en Cerdanyola. En Bagà, se espera hasta el último instante de luz de forma que, mientras el último rayo de sol se desvanece del cielo, es recogido en la hoguera.

La bajada

La bajada empieza antes en Sant Julià, poco después de las 6. En Bagà, no empezará hasta las 6 y media. Se encienden las faies en la hoguera y, abajo en el pueblo, empieza a sonar la música que acompañará la bajada. En Cerdanyola se hace una parada a medio camino, en la Creu, donde las autoridades ponen un pañuelo de protección simbólico a los falleros bajadores. En Bagà, dicho pañuelo se pone al llegar al pueblo.

Al llegar al pueblo, los falleros bajadores repartirán el fuego entre todos los portadores de faies que les esperan en la villa.

La quema general

La quema general de Bagà es espectacular, con más de medio millar de antorchas que cada año se expanden más por el pueblo, como se había hecho antiguamente: la plaza porticada se nos ha quedado pequeña.

Cuando las faies se han acortado, se apilen y se hacen hogueras sobre las que es tradición saltar. En Cerdanyola, dicha tradición no está tan presente, porque las hoguera se rellenan con troncos y se hacen mucho mayores.

En Bagà, los más atrevidos se pasan las faies encendidas lanzándolas por el aire. En Cerdanyola la ànima de las antorchas dificulta su lanzamiento, pero, a cambio, les da mucha movilidad, de forma que se usan para trazar dibujos de fuego en el aire.

Alrededor de las hogueras comunitarias se baila una danza tradicional en corro, que se llena rápidamente; entonces, la gente se organiza en corros concéntricos.

Una vez que las hogueras son poco más que brasas, se reparte coca con all i oli de membrillo, la comida tradicional de la fiesta, y bebida.

La Vela de Navidad y la Endreça de Cerdanyola

En Cerdanyola, al acabar la Fia-faia, los jóvenes hacen vela hasta el alba alrededor de la hoguera comunitaria. Además, durante la noche, tiene lugar la particular Endreça (literalmente, poner en orden), que consiste en cambiar de sitio todos los objetos que puedan encontrarse en el exterior de las casas. El día de Navidad, cada familia tiene que buscar aquello que le han «ordenado».

La Fia-faia es una fiesta atávica que, contra todo pronóstico, ha podido conservarse en estos dos pueblos de Catalunya. Forma parte de nuestra identidad cultural y nos es muy querida; es parte de nuestro legado, de nuestros milenios de historia, y estamos orgullosos de haber logrado que sobreviva hasta día de hoy y, todavía más, de que sea reconocida como Patrimonio. Nuestro, por supuesto, y de todos. De todos aquellos que quieran ser parte de ella. En palabras del historiador Xavier Pedrals, la Fia-faia es ancestral, mágica, única.

Y, aunque este condenado año –que, por suerte, ya se acaba– no es buen momento para venir a descubrirla, dejadme que os invite a adentraros en su hechizo –ya de cara a los años venideros, no obstante.

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