De otras cosas puede que no, pero de comer sabemos, los catalanes. Y, ahora que ha llegado el invierno, tenemos un montón de platos típicos catalanes bien contundentes para combatir el frío. Cada zona tiene sus recetas tradicionales de invierno, sin olvidar algunos clásicos mucho más internacionales, des de ensaladas de invierno hasta sopas de cualquier cosa. El denominador común de los platos invernales es la elevada aportación calórica: guisos, caldos contundentes y salsas densas. Incluso los calçots, indisociables del romesco, son un buen input de energía para mantener la temperatura corporal. Además, es temporada de ciertas delicatessen que solo pueden degustarse en época de frío y que, se coman como se coman –incluso si tiene que ser con el abrigo puesto– no podemos dejar de disfrutar mientras se puede.

Entre la meteorología y la pandemia, la cosa no invita a salir de casa; es mucho más tentador quedarse en el sofá con una taza de caldo caliente viendo pasar los malos tiempos. Además, si algo tenemos ahora mismo, es tiempo para estar en casa, así que es un buen momento para animarse a probar recetas nuevas. Y, si dentro de unos días el tema mejora, puede que incluso podamos hacer alguna escapadita gastronómica para disfrutar de los productos y platos de temporada ahí donde son típicos.

En Catalunya, el plato estrella del invierno es la escudella i carn d’olla. Es un plato que siempre entra bien; sería una lástima limitarla a la comida de Navidad. Además, si te aburres de ella, hay cantidad de variaciones locales que hace gracia probar. En el Bergedá tenemos la escudella de blat de moro escairat, hecha casi exclusivamente a base de maíz sin piel –o escairat, para los amigos– y carne de cerdo. En el Pallars hacen la vianda, con fideos en vez de galets y, cosa curiosa, peras. Si nos dejan, por Carnaval podéis probarla en la calderada popular de los principales pueblos del Pallars Sobirà. Y, ya que hablamos de escudella, no podemos olvidar la òlha aranesa, plato tradicional de la Val d’Aran y uno de los platos de caldero de Europa documentados des de hace más siglos. ¡Calor y energía para aguantar todo el invierno!

Otro clásico, muy típico de San Esteban, pero válido todo el año, son los canelones. Un plato consistente, hecho a base de sobras, que admite mil rellenos. Si estás harto de proteína animal tras las vacaciones, siempre puedes llenar-los de verdura –o de lo que sea, ya puestos– y, si la bechamel te resulta demasiado pesada, prueba a hacerlos con una velouté de verduras. Imprescindibles.

En el Pirineo –que, al final, es donde entienden de frío– encontramos el trinxat de Cerdanya y los guisantes negros del Berguedà. El trinxat de col (que en teoría debería ser col de invierno) y patata está bastante extendido, y en el Moianès y algún rincón de Osona incluso lo llaman de otra forma, baiató. Los guisantes negros, por el contrario, son una variedad limitada al Berguedà y, guisados, están entre los mejores platos de invierno que he comido.

Si nos vamos hacia el Sur, es tiempo de calçotsparticularmente de calçots de Valls. También en la Costa Daurada, aunque especialmente en el Penedès y en el eje que forman El Vendrell, Vilanova y Sitges, es temporada de xató. El xató es una ensalada de invierno con escarola, pescados salados (bacalao, anchoas, atún…) y una variante del romesco. ¡No os perdáis las calçotades y las xatonades, ya sea este año o el próximo!

En el Priorat, durante la Cuaresma, es típica la tortilla con jugo. Se trata de una tortilla de espinacas guisada con alcachofas –que ahora también es su temporada, sobre todo en los deltas del Ebre y el Llobregat–, huevo duro y bacalao (en su versión premium), sin olvidar la picada y un buen sofrito. No es un plato común en los restaurantes, es un plato de casa, de esos cuya receta guarda celosamente cada yaya. Para probarla, lo mejor es ir a Ulldemolins a la Fiesta de la Truita amb Suc, que se celebra el segundo domingo de marzo –esperemos que, para entonces, el confinamiento municipal sea historia…

Y ahora vamos a esos productos más especiales, aquellos de los que lo importante no es el plato sino el producto en sí mismo, porque no se encuentra en otra época. En invierno es temporada de tres bichos muy apreciados: la galera, la garoina y la angula.

Las galeras son unos crustáceos –primas de las gambas, para entendernos– que se pescan durante los meses de invierno y que –dicen los entendidos– están muy y muy ricos; si tenéis curiosidad, la última semana de febrero la Ametlla de Mar celebra las Jornadas Gastronómicas de la Galera.

Las garoines son los erizos de mar –no, los pinchos no se comen, se come la cosa de roja de dentro–, un manjar muy apreciado en la Costa Brava. Podéis encontrarlas por toda dicha costa, pero goza de renombre la Garoinada de Palafrugelluna campaña gastronómica que se extiende de enero a marzo. Siempre hay algún individuo que se pone a pescar erizos en junio –viven enganchados a la roca, no han podido ir muy lejos–, pero es invierno cuando están llenos y recogerlos no afecta a la reproducción de la especie.

Las angulas son las crías de la anguila –no deben confundirse con las “gulas”, que son restos de pescado triturados y amasados para que parezcan angulas. Las Angulas se pescan en las desembocaduras de los ríos –en Catalunya, básicamente en el Delta del Ebre– entre octubre y marzo, que es cuando estos pececillos llegan a nuestras costas desde el otro lado del Atlántico para hacerse mayores en las cabeceras de los ríos. Además de ser un producto gourmet –y carísimo–, son también los bebés de un animal extraordinario y cada vez más raro. Así que haced el favor de comerlas con moderación –la demanda estimula la pesca– y siempre con la confianza de que han sido capturadas acorde con las medidas legales. ¡Gracias de parte de todas las angulas!

Para terminar, aunque no son productos típicos de invierno, no podemos olvidar el aceite de oliva y el vino, entre los platos típicos catalanes. El aceite es un imprescindible en la cocina mediterránea y un producto muy nuestro; además, en Catalunya lo hacemos muy bueno. Y el vino… Bueno, sin hacer apología del alcoholismo, tengo que decir que no hay nada como un buen vino de la tierra para regar una experiencia gastronómica. Si sois un poco gourmets y toda la historia esta del COVID-19 os ha aguado los planes de ir a probar exquisiteces, el aceite y el vino son una gran opción porque pueden degustarse todo el año. Además, ambos tienen toda una cultura turística a su alrededor, y es interesantísimo descubrir su proceso de elaboración, de la vid o el olivo hasta la copa y la aceitera. Así que dejad que os invite a aprovechar las excursiones –que, tarde o temprano, llegarán– para visitar alguna bodega, como la experiencia Gramona, o embarcaros en una experiencia oleoturística, como la visita oleoturística Torrebesses. No os decepcionará y, si acabamos perdiéndonos las Jornadas Gastronómicas de invierno, siempre nos quedará esto.

¡Disfruta, come y bebe que la vida es breve!